viernes, 7 de abril de 2017

Encuentros furtivos

La coeducación en los colegios es algo tan natural y sensato en la actualidad, que me resulta chocante, el imperio del criterio opuesto, en aquellos años del pasado. La separación educativa por sexos, provocaba un peculiar trato entre chicos y chicas. Estábamos acostumbrados a que la cotidianidad marcara una relación exclusiva homófona, chico-chico o chica-chica. Esta circunstancia propiciaba un deseo enfermizo de encuentro con el sexo opuesto, en ese espacio extraordinario que suponía los fines de semana. Íbamos como locos en busca de esas relaciones complementarias. Y las absorbíamos, en aquel intervalo de nuestra vida que conformaban el sábado y domingo, como si fueran las últimas relaciones heterosexuales de las que íbamos a gozar en toda nuestra vida.
En algunas ocasiones, en nuestro internado, se rompía la tendencia y lográbamos algún furtivo encuentro con alguna jovencita durante los días ordinarios de la semana. Solían ser ayudantes del servicio del colegio, que colaboraban en tareas de limpieza y del comedor. Establecer algún tipo de contacto, de mirada cruzada, roce intencionado en el cruce discreto de un pasillo, o simplemente observar las piernas generosamente mostradas en un descuido, constituían todo un plus regocijante para nuestras vidas sometidas al desierto cotidiano.
En circunstancias excepcionales nos trasladábamos al Aspirantado Maestro Ávila, colegio con el que teníamos relaciones especiales de fraternidad (Algunos de nuestros superiores de entonces, y la totalidad de tiempos anteriores, habían sido formados en la orden de dicho centro). Solíamos compartir con los alumnos de allí el visionado de películas de cine. A ese cine también asistían algunas chiquitas del servicio de aquel centro; y yo quedé prendado o prendido de una de ellas. El domingo que nos ocupa tuve un encuentro regocijante con ella, de cuyo nombre, como en El quijote, no logro recordar, pero que mi diario se refleja como la chica del “Aspi”

Cada noche de domingo vivíamos sometidos al resultado de nuestros escarceos de fin de semana. Una moral que dependía directamente de nuestros éxitos o fracasos en aquellos envites, imprimía en nosotros el sello con el que afrontábamos la difícil andanada del comienzo de semana. El 10 de Junio, por la noche, pasaba por momento desordenados de euforia y decaimiento. No lograba mantener un equilibrio equidistante entre los dos polos. Ora me sentía amilanado por la proximidad del lunes y la negrura que proyectaba sobre mi espíritu, ora me deleitaba en el recuerdo de la chica del Aspi y una tal Maite que también se había cruzado en mi camino provocando el deleite de un nuevo encuentro.

miércoles, 5 de abril de 2017

Espacio con turbulencias



Se produce un salto considerable en el diario de mi etapa juvenil. La marcha al pueblo y permanencia en él durante un puente, me hizo perder el ritmo diario de anotar cada noche algunas líneas en sus hojas ávidas de ser rellenadas. No había en el hogar familiar excesivas condiciones para aislarte y, en clima de serenidad, reflejar en un papel pensamientos, sentimientos o ideas que crecían abundantes en mi cerebro.
La profusa prole que poblaba nuestra vivienda aseguraba bullicio, peleas, gritos permanentes, confusión, riñas...; todo lo que uno pueda imaginarse como contrapuesto a la serenidad y al clima reflexivo. Como consecuencia, cuando pisaba el umbral de mi casa, sentía que penetraba en una dimensión diferente. Era adentrarme en un planeta, que aun resultándome demasiado familiar - en esos retornos periódicos- comenzaba sacudiéndome como un latigazo repentino de novedoso asombro, para tragarme al instante en su vientre de rutinarias turbulencias.
Sentía un abismo irreconciliable entre los dos mundos que me cobijaban en esa época. El estudiantil, que me impulsaba aspirando a metas de ensueño y deleite, al abrigo del internado de Calatrava; y el del retorno a mis fuentes, al plancton de mis ancestros; espacio en el que me zambullía como la vuelta inexorable a mis orígenes y en el que vivía la ambivalencia de quien siente el peso de rémoras no queridas, pero que absorbe en ellas, una profunda fuerza de superación y de lucha.

El paso de uno a otro mundo suponía un parto difícil de sobrellevar. Y tenían que pasar cierto tiempo para amoldarme y sentirme pletórico de fuerzas recobrando el pulso de mi existencia al nuevo medio. Por la brevedad de permanencia en el pueblo, me resultaba difícil adaptarme a ese contexto en mis puntuales regresos. Y vagaba como alma en pena, respondiendo a los recados y encomiendas que mis padres me demandaban, sin dejar especiales huellas ni registros sublimes, en cuadernos y descosidos de mi existencia.

martes, 4 de abril de 2017

De los profesores que dejaron huella





D.E.P., querido Victoriano García Pilo.

El profesor de filosofía llevaba la “voz cantante”. Era a la vez docente de la materia especulativa y profesor de música. Creo recordar que también en alguna ocasión impartió clases de religión en sustitución del profesor titular. Pero quedará vinculado a los recuerdos de los antiguos alumnos como el profesor de música.

Mis primeros recuerdos sobre él me trasladan a una clase impartida, si no recuerdo mal, en el laboratorio de Ciencias, que en alguna ocasión se utilizaba para esta materia, por tener en él albergado un piano. Trataba el profesor de organizar el grupo en función de las dotes musicales de cada uno. A nivel individual íbamos saliendo, uno a uno a la palestra, para repetir la escala musical y así poder determinarse el soporte de nuestras diversas tonalidades. Él trataba de marcar la pauta trazando a cada alumno las referencias gestuales y acústicas que le facilitaran la reproducción del producto deseado. Sus exageradas muecas provocaban en un principio irritación o mofa. Parecía agredirte con los movimientos de su rostro. Arqueaba las cejas, fijaba la mirada abriendo espectacularmente sus enormes ojos que parecía iban a salírsele de los cuencos; esbozaba una expresión dura acentuándola con esforzados rictus de cartón piedra. Abría tan espectacularmente la boca que parecía te iba a engullir en el siguiente movimiento.

En tiempos posteriores he proyectado sobre él la imagen de la boa que se traga al elefante en El Principito de Saint de Exupéry

Y en las ferias de la ciudad donde hoy vivo, el espectáculo infantil de “La Tía Melitona”, zampando en un simulado juego a los niños que se atreven a meterse en su boca, me renuevan cada año el recuerdo de este inolvidable y querido profesor de mi adolescencia.



A pesar de sus gestos era todo bondad. Nos trataba con el esmero que necesitaban adolescentes sometidos a los cambios, en una edad henchida de dificultades, periodo trascendental para ir apuntalando los hitos y lanzarse a vivir una vida madura. Su asignatura de filosofía, que el diario de este 13 de noviembre me trae a la memoria, era un compendio de reflexiones para la vida. Esgrimía análisis y críticas agudas sobre los modos de existir y comportarse. Y a muchos de nosotros (recuerdo la pasión con la que consumía sus clases mi querido compañero Santamaría), nos facilitó referencias, para atrevernos a pensar de modo original y personalista.

lunes, 3 de abril de 2017

El escaño de la cocina

Cualquier detalle de aquella #época remota me evoca sentimientos o recuerdos de profundo calado. La referencia en mi diario #juvenil, de un día de puente y la consiguiente visita #familiar al pueblo, me hacían situar ante ese otro entorno de mi vida, aquel que me suministraba sentimientos contradictorios de #amor y de #rechazo. Amor a mi familia, allegados, #amigos e incluso a todos los habitantes de ese contexto #rural, convecinos a los que profeso natural aprecio; pero rechazo a las condiciones duras de vida, esas condiciones que me habían empujado a buscar otro hábitat de supervivencia.Mis recuerdos se remontan a un tiempo para mí remotísimo en el que residíamos en el centro de la #villa, domicilio donde yo vine al mundo. Mi #padre, cansado del intenso trabajo que las faenas agrícolas y ganaderas le hacían soportar, yacía tumbado sobre un #banco de madera (“el escaño”), adormilado, en actitud de espera, anhelando que mi #madre volviera de casa de los #abuelos para servirle la #cena. Los acontecimientos y recuerdos de un pasado tan lejano se entremezclan en una nebulosa confusa y deshilachada que no me permite concretar una #evolución cronológica medianamente fiable. Pero me inclino a pensar que éste es el primer recuerdo que ha quedado prendido entre las #telarañas de mi memoria.Esa visión, #fotografía viviente que permanece aún en mi vida como un fresco de profundo arraigo en mis entrañas, se me ha antojado un flash premonitorio de a qué podía quedar reducida mi vida, si seguía los pasos de mi padre. Es probable que mi búsqueda de otros mundos diferentes al que había experimentado desde mi más tierna #infancia, tenga mucho que ver con el efecto angustioso que me produjo la contemplación de mi padre, agotado, rendido sobre un banco de madera, esperando la cena y sin otras expectativas que vivir sometido a las leyes inexorables de un trabajo agotador, que a duras penas producía un mísero fruto para ir sobreviviendo.

(Continuación) La aventura del viaje a Normandía.

En realidad, todo este viaje estuvo envuelto en situaciones paradójicas y alucinantes. Nada más llegar a la ciudad de Cannes, en el hotel ...