miércoles, 5 de abril de 2017

Espacio con turbulencias



Se produce un salto considerable en el diario de mi etapa juvenil. La marcha al pueblo y permanencia en él durante un puente, me hizo perder el ritmo diario de anotar cada noche algunas líneas en sus hojas ávidas de ser rellenadas. No había en el hogar familiar excesivas condiciones para aislarte y, en clima de serenidad, reflejar en un papel pensamientos, sentimientos o ideas que crecían abundantes en mi cerebro.
La profusa prole que poblaba nuestra vivienda aseguraba bullicio, peleas, gritos permanentes, confusión, riñas...; todo lo que uno pueda imaginarse como contrapuesto a la serenidad y al clima reflexivo. Como consecuencia, cuando pisaba el umbral de mi casa, sentía que penetraba en una dimensión diferente. Era adentrarme en un planeta, que aun resultándome demasiado familiar - en esos retornos periódicos- comenzaba sacudiéndome como un latigazo repentino de novedoso asombro, para tragarme al instante en su vientre de rutinarias turbulencias.
Sentía un abismo irreconciliable entre los dos mundos que me cobijaban en esa época. El estudiantil, que me impulsaba aspirando a metas de ensueño y deleite, al abrigo del internado de Calatrava; y el del retorno a mis fuentes, al plancton de mis ancestros; espacio en el que me zambullía como la vuelta inexorable a mis orígenes y en el que vivía la ambivalencia de quien siente el peso de rémoras no queridas, pero que absorbe en ellas, una profunda fuerza de superación y de lucha.

El paso de uno a otro mundo suponía un parto difícil de sobrellevar. Y tenían que pasar cierto tiempo para amoldarme y sentirme pletórico de fuerzas recobrando el pulso de mi existencia al nuevo medio. Por la brevedad de permanencia en el pueblo, me resultaba difícil adaptarme a ese contexto en mis puntuales regresos. Y vagaba como alma en pena, respondiendo a los recados y encomiendas que mis padres me demandaban, sin dejar especiales huellas ni registros sublimes, en cuadernos y descosidos de mi existencia.

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