jueves, 23 de febrero de 2017

Qué quedará de nosotros para la posteridad


 “He terminado la 3ª evaluación (...), el viernes examen de literatura (...), hoy hemos tenido los de Religión y Matemáticas (...), en Francés me han dado un suficiente (...), he escrito un carta a mi tío...” Referencias cargadas de insignificancia que pueblan mi Diario de aspectos intrascendentes. Releer estas notas tras el paso de tantos años, te produce un efecto de sentimientos ambivalentes. ¿Mereció la pena dejar escritas esas notas con el afán de que pasaran a la posteridad?. Una mirada superficial te hace pensar que lo reflejado no pocos días, en las hojas de esa libreta de rojo descolorido y ajada por el tiempo, apenas si merecieron ser escritas. En realidad poco aportan como información de aquellos momentos en los que estaba viviendo mi adolescencia.
 
Sin embargo, la importancia reside en que me transportan a esos momentos y revivo los sentimientos y vivencias como si los contemplara de cerca, pero con la añadida comprensión que me da la perspectiva del tiempo vivido. Me veo en la soledad de mi habitación, penetrando el silencio imperturbable de la noche, zambullido en un sinfín de vivencias de euforias o desánimos, perturbado por el cúmulo de exámenes que se cernían sobre nuestras cabezas como espinas punzantes que te estimulaban a la responsabilidad del estudio, por encima de que lo que te pedía el cuerpo fuera el ocio, el desahogo y la vida alegre. Y otras veces, henchido de satisfacción y regocijo porque la vida que se te brindaba estaba cargada de fuerza, entusiasmo, de posibilidades indefinidas, de felicidad plenificante.

Me vislumbro escribiendo esas notas de forma apurada, al final del día, con el sopor que ya te va produciendo el sueño y con la firme resolución, de que no pase ni un día, o como mucho dos, sin que la tinta de mi bolígrafo deje algún reguero de mi vida cotidiana plasmada en esas hojas, que hoy contemplo descoloridas.
 

Hoy se me revelan esos regueros de mi pasado, como la fuerza de lo insignificantes.

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