jueves, 26 de enero de 2017

Notas con duende

Llegaban las evaluaciones y todo se transformaba en una vorágine de asignaturas desplegadas ante ti como retos y obstáculos desmedidos. Los exámenes se agolpaban en un puño. La distribución del tiempo pertinente a cada asignatura, se me representaba como el quehacer del equilibrista, en su afán de hacer rotar a una serie de platos sobre sus respectivos ejes, inyectándole la fuerza precisa para que ninguno caiga al suelo haciéndose pedazos, dedicándole la atención pormenorizada a cada uno, y a la vez, sin perder de vista el funcionamiento de todo el conjunto. Sin embargo el esfuerzo y la energía invertida en tal empresa, solía tener la recompensa con la llegada de las notas. Mi aspiración consistía en poder conseguir una valoración de notable hacia arriba. Generalmente lo conseguía. Era entonces cuando se adueñaba de mí un regocijo vibrante, como si los estímulos transmitidos por el mundo circundante se revelaran preñados de fantasía. Oyendo desgranar mis notas al tutor del curso, sentía sobre mi sien los arpegios vibrantes de guitarra española. Y si algún profesor entregaba los folios corregidos del examen, con la nota destacada en tinta roja, ésta, en una metamorfosis mágica, se transformaba en duende. El 7 representaba unas tintineantes campanillas; el 8 un duende zigzagueante que te hacía cosquillas en el paladar; el 9 una atractiva sirena que provocaba a salir tras ella, mientras te salpicaba, con su cola, del agua cristalina donde se sumergía, y el 10 un hada deslumbrante que te transportaba de la mano a un mundo de colores y ensueños. Eran notas cargadas de duende. Era inyección de autoestima para proyectarte en la vida.

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