viernes, 5 de enero de 2018

Bélgica en la nostalgia

El buen hacer de nuestro ex compañero Bernard, cristalizó en una gira del grupo por algunas ciudades de Bélgica (Bruselas, Brujas...). Recientemente habíamos concluido el montaje y la puesta en escena de la obra musical sobre los poetas contemporáneos de la postguerra. Canciones con extraordinaria fuerza reivindicativa, que trataban de ser caja de resonancia de las demandas y derechos ciudadanos y políticos, en una España que vivía en un momento de sensibilidad a flor de piel. Sólo hacía tres meses de la muerte de Franco, y los choques entre tendencias continuistas y los que apostaban por la apertura o ruptura con el pasado, alimentaban una sensación de inseguridad y profundo desasosiego. Nadie sabía muy bien a qué carta atenerse. Aquellos que nos situábamos en un posicionamiento de riesgo, tratando de apoyar el avance de la barca hacia un puerto con aires de apertura y democracia, sentíamos el vértigo de quien hace quiebros en una cuerda floja. Temerosos y vacilantes, salíamos al escenario para rubricar con nuestra voz el grito de cuantos se movían en la clandestinidad o eran perseguidos en el ámbito de las fábricas o la universidad. Varias de nuestras canciones fueron censuradas previamente a ser exhibidas en nuestros recitales. Y éstos, estaban en todo momento supervisados por algún censor secreto que vigilaba desde el rincón más insospechado de la sala o teatro donde actuábamos. En este clima de militancia y temor, la emoción nos embargaba. En el escenario, nuestro canto forjaba sensaciones multicolores de grito y rebeldía. El silencio del aforo hacía llegar hacia nosotros las palpitaciones del público que se nos acoplaba, en una comunión tan estrecha que parecía fundirse a sangre y fuego. Y cuando concluíamos cada canción sentíamos el regocijo de haber trasmitido el espíritu que cada poema musicado llevaba en sus entrañas. Era la voz de cada poeta y nuestra propia voz que sostenidas y deleitadas por los acordes musicales y sortilegios acústicos, poblaban el recinto de armonía y duelo, de fuerza de lucha y esperanza. Ataviados con esa fuerza y el temor vacilante realizamos la gira por Bélgica. Actuamos en varios escenarios con el ánimo de trasmitir a diferentes colectivos y el público que acudió a los recitales, la voz reivindicativa de aquel nuestro país que se debatía entre la inseguridad y los proyectos de un futuro sugestivo. El más entrañable de nuestros recitales fue el celebrado en la colonia española de exiliados. No recuerdo en qué ciudad de Bélgica estaba ubicada. Sí, sin embargo, que estaba compuesta en su mayoría por militantes del Partido Comunista en el exilio. El recibimiento y trato fue de un calor extraordinarios. Fuimos obsequiados con una copiosa cena (recuerdo de un modo especial el plato de conejo en salsa que hizo las delicias de todo el grupo), que la oronda cocinera andaluza preparó en nuestro honor. En esa misma gira se nos hizo la propuesta de actuar en el Olimpia de París en unas fechas próximas. Creo recordar que se trataba de ir como teloneros en un recital de Raimon o Paco Ibáñez. Ese escenario parisiense canalizaba gran parte de las manifestaciones artísticas de la época que llevaban el sello de denuncia de la situación de nuestro País. Para nosotros significaba la posibilidad de llegar a lo más alto, tanto a nivel de proyección como grupo, como al de transmitir nuestro grito reivindicativo de un porvenir democratizado para nuestro pueblo. Pero esta posibilidad no llegó a cristalizar. En el grupo habían comenzado a surgir desavenencias debido a diferentes enfoques, cambios de residencia de alguno de sus miembros por finalización de sus estudios universitarios y diversos problemas personales. Yo mismo abandonaría la formación pocos días después de esa gira, por hacerse cada vez más incompatible mi proyecto personal con el tiempo que reclamaban los ensayos y actuaciones. El mismo día que regresábamos de Bélgica los conflictos universitarios estaban en su cúspide más delirante. Acababan de surgir los acontecimientos sangrientos de Vitoria. De algún modo todo parecía estar señalando el principio de un final. Las “Campanadas a mort” de Lluís Llach resultarían a la postre premonitorias de un tiempo que terminaría por quedar enterrado en el recuerdo.

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