lunes, 4 de diciembre de 2017
En otro tiempo remoto
En medio de un profundo maremoto interior, se aproximaba el puente de los Santos y por consiguiente debía irme al pueblo. La contrariedad se refleja en las notas escritas dejadas en el diario que exhalan incomodo y ansiedad. Mis escarceos amorosos hacia una de las chicas que me cautivaban vivían un momento delicado. Los días pasados nuestra relación había fluctuado entre episodios de ambivalencia. Una comunicación profunda y sincera con ella, que transparentó estrechos vínculos y vibraciones especiales, había dado paso, en otro momento, a cierta fricción incorpórea revelada en signos de frialdad y lejanía. Del gozo al pozo en apenas un fin de semana.
Necesitaba imperiosamente volver a quedar con ella. Ocupar esos valiosísimos días que nos regalaba el puente para invertir la tendencia. Borrar el malestar del último lance y recuperar el río fluido de la aproximación íntima, sin mediaciones aciagas ni escollos de mal agüero. Pero el puente se iba a desvanecer. Quedaría congelado en el tiempo. Y ella permanecería ante mí, como la protagonista del cuento, atrapada en un sueño permanente, en espera de ser liberada por el príncipe intrépido a través del beso de amor.
Ese puente era otro mundo. Una falla entre dos temporalidades. Y yo, obligado a traspasar hacia el otro lado, al desplazarme para ir a mi pueblo, dejaba el lado del vivo para internarme en el reino del muerto.
En mi pueblo se desvanecieron los sueños de días pensados para la reconquista amorosa. Como un sonámbulo acompañé a mi tía en la recogida de crisantemos. Un huerto próximo a la casa familiar producía variedades de flores y frutos. A finales de octubre se poblaba de capullos, que convertidos en flores en noviembre, recogíamos para adornar las tumbas de los familiares fallecidos. Y ahí estaba yo, prisionero de las costumbres ancestrales, participando en la liturgia de respeto y pleitesía a aquellos que un día nos dejaron para siempre. Pero en realidad era yo otro muerto. Incapaz de saborear el espléndido sol de la mañana, que bañaba los parajes como en una primavera confundida e improvisada, transitaba hundido en profunda tristeza. Habitante de otro planeta, ovni en un mundo extraño al que en ese momento repudiaba y no quería pertenecer.
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