miércoles, 20 de diciembre de 2017

Aquellas navidades del 73

Con ese espíritu dulzón que se me albergaba muy dentro del pecho en los albores de las navidades, me encaminaba, al final de la mañana del 20 de diciembre de 1973, hacia la portería del internado para solucionar no sé qué asunto que tenía pendiente. Ese mismo día nos daban las vacaciones de Navidad. El comedor ya se estaba engalanando con serpentinas y ornamentos para la ocasión, y los villancicos sonaban a todo trapo imantando el contexto de fantasía y ensueño. En unos minutos celebraríamos la comida especial con que cada año nos sorprendían en las horas previas a nuestra marcha. Y me topé de frente con un amigo que con la cara un tanto desencajada, arrojando una inquietud manifiesta, me espetó alarmado: “Han matado a Carrero Blanco”. Llegaba de su domicilio (él era externo), ubicado dentro de la Casa Cuartel de la Guardia Civil de Salamanca, portando noticias frescas sobre los movimientos castrenses y de las fuerzas del orden público. “Han ordenado el acuartelamiento de todas las unidades. Se va armar una buena”, me dijo. Quedé sumido en una profunda inquietud. De un golpe interioricé una gama diversa de posibles desgracias que podían venir unidas, como consecuencia de este inesperado atentado de la calle Claudio Coello de Madrid. La placidez externa con la que vivíamos podía volar por los aires de modo similar al del vehículo del Almirante. Placidez externa. Porque a pesar de las situaciones que nuestro País estaba pasando desde hacía tantos lustros, sometidos al gobierno arbitrario del Dictador, nosotros vivíamos una vida feliz y libre, dentro de los muros de Calatrava. Teníamos conciencia del contexto en que vivíamos, sí. O al menos, nuestros educadores trataron de transmitirnos la información oportuna, para que analizáramos la realidad de modo crítico y pudiéramos liberarnos de la propaganda del régimen. Éramos conscientes de las injusticias y ataque a los derechos humanos que se cometían bajo la batuta del poder del gobierno. Pero este conocimiento no dejaba de venir ligado a cuestiones especulativas o de conocimientos teóricos. En lo práctico, gozábamos del feliz limbo de la inconsciencia. De modo que el asesinato del Presidente del gobierno suponía una cuña incrustada en la base de flotación de nuestro mundo feliz. ¿Sería posible que esta adherencia violenta aniquilara la placidez de las aguas de aquel estanque? El espíritu dulzón se me agrió, la fiesta se me hizo tormentosa y la marcha hacia mi pueblo, en el coche de “línea” que me transportaba, resultó el trayecto hacia las tinieblas del futuro. Un futuro que, afortunadamente, años más tarde, terminaría siendo iluminado por la luz de la esperanza.

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