jueves, 21 de diciembre de 2017
El internado de Calatrava
Las experiencias vitales con las que vamos llenando nuestra existencia no son permanentes. Se suceden unas a otras configurando un árbol frondoso con el que enriquecemos nuestro trayecto vital. Una de estas experiencias nucleares fue el centro dónde estuve interno durante seis años. Al concluir el bachillerato, el internado, mi querido y añorado internado, dejó de ser el hilo conductor de mi vida. Calatrava, a partir de ese momento, pasaría a ser un bello recuerdo, un referente al que volver de modo recurrente, suscitándome imágenes y añoranzas cargadas de emociones. Un seno materno del que se había roto el cordón umbilical pero del que conservaría el impulso por vivir de modo auténtico, en las siguientes etapas de mi vida.
En ese recuerdo han quedado, ligados con hilos invisibles, los perfiles de tantos queridos compañeros y amigos que tocaron mi sensibilidad y entraña de adolescente. El paso del inexorable tiempo no ha conseguido borrarlos del lugar privilegiado donde quedaron incrustados de por vida. Durante los años que han seguido a esa etapa, mi existencia ha sido rellenada por multitud de experiencias, relaciones, proyectos, metas e hitos de importancia significativa. Pero el impacto de aquel tiempo, la singularidad de aquellas relaciones, de aquellos entrañables vínculos, ha sido insustituible. Y me abruma un resquemor en el alma, por la ausencia de esos momentos que han quedado perdidos, por esos rostros de compañeros (y también profesores), que configuraron en aquel tiempo un entramado fraternal, y de los que he perdido, no sólo sus rostros, sino también sus rastros.
Cuantas veces me sorprendo merodeando por los alrededores de Calatrava, contemplando el edificio, que, dada su construcción de tipo monumental, ha quedado intacto en su imagen externa (el interior ha experimentado profundas transformaciones en consonancia con los nuevos fines a los que está dedicado), a pesar de los años que han transcurrido. Pero más que el edificio, inspecciono las cercanías con la ingenua esperanza de encontrarme con aquellos colegas. Internamente lloro su ausencia en un rito interior que reivindica, a partir de símbolos evocados y cual sacramento, su presencia real y física, en esos espacios otrora llenos de vida, proyectos y esperanzas.
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