martes, 5 de diciembre de 2017

Trajín musical




Mi pulso tembloroso se revela impreciso e inseguro. Acometo la tarea que en su día se convertirá en hábito matutino. La hojilla de afeitar me castiga por mi penoso dominio en las habilidades de rasurar mi incipiente barba. Mi rostro queda surcado de significativos rasguños y cortaduras. No sé hasta qué punto es un problema de destrezas, o más bien, que me siento sometido a una presión interna que se manifiesta en torpeza. Porque el ahogo interior me produce falta de dominio del espacio y una coordinación sensomotriz deficiente.
Mi diario produce un grito desde la distancia temporal: “No sé qué me pasa. No sé porqué habré estado tan nervioso desde el principio del día.”
Es el grito de alguien que no es capaz de dominar el cúmulo de sentimientos y vivencias que le rodean.
El día, que se extiende entre participaciones del grupo de música en amenizar misas, hasta tres (vaya paliza), ensayos y una pequeña actuación para un colectivo de personas enfermas, se convierte en espacio de agresión sutil a mis compañeros. “Por la mañana hemos cantado tres misas. Para morirse. Por la tarde no sé qué me ha pasado, me he puesto un poco insoportable en el ensayo. Ha sido un desastre. He llegado a poner de mal humor a Paco.”

Menos mal que la situación se relaja al final de la tarde. El grupo y sus adláteres nos dimos cita en el bar Miguel, centro de nuestros encuentros ociosos y relacionales y, en amenizada tertulia intercalada de cantos y contactos exploratorios, dilatamos el tiempo recibiendo el bálsamo del regocijo compartido.

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