domingo, 31 de diciembre de 2017
Lazos de aquel instante
Mi espíritu siempre experimentó un declive anímico en paralelo a la finalización del verano. Se producía, con frecuencia, en ese intervalo de paso entre los últimos días de agosto y primeros de octubre, un brote de melancolía bajo el que me sentía tambalear.
Las emociones experimentadas tenían mucho que ver con la ruptura (que aunque vaticinada con antelación, irrumpía bruscamente de modo desapacible) con las relaciones de amistad, establecidas en ese espacio temporal y extraordinario que ha sido siempre la estación estival.
Ya en los años de mi niñez y adolescencia, en mi pueblo natal, vivenciaba ese profundo sentimiento de fastidio coincidiendo con la vuelta de aquellos paisanos de mi edad, que retornaban con sus padres a los países europeos donde éstos trabajaban como emigrantes. Varios de ellos, compañeros entrañables de correrías y juegos campestres, desaparecieron completamente de mi vida tras la despedida de un verano cualquiera de mi infancia. Era la premonición de otras muchas circunstancias similares que habrían de sucederse cuando, diversos y significativos veranos, bajaran el telón en su representación de teatro viviente.
Más tarde, ese escozor motivado por la separación irreparable, estuvo vinculado al escenario de Mallorca y sus trabajos relacionados con la hostelería. Cuántas intensas relaciones, amistades repletas de matices de arco iris, y sentimientos forjados en dificultades y juergas compartidas, quedaron rotas al llegar el final del verano. Mi vida está marcada de modo sensible por mi particular capítulo de ese "Verano Azul". Ese que recreaba el final del verano en la serie entrañable del inolvidable Chanquete y compañía, amenizada por la canción que inmortalizara el Dúo Dinámico. En mis capítulos particulares se han ido sucediendo esos episodios de ruptura, con sus peculiares matices, llevándome a sufrir la quemazón de que "algo se muere en el alma a la hora de partir...".
Pero esos pequeños desarraigos, de algunos de momentos de mi vida, me parecen una nimiedad en comparación con las situaciones por las que deben pasar los inmigrantes, del momento presente, que no sólo abandonan sus lugares de origen (con el desarraigo vital que lleva consigo) para tener unas mínimas condiciones de subsistencia, sino también, de todos esa masa de seres humanos que abarrotan campos de refugiados, huyendo de guerras y persecuciones brutales. Por ello, considero vital, que nuestras sociedades opulentas realicen los cambios necesarios para, al menos, paliar parte del dolor y desarraigo al que viven sometidos tantos hermanos nuestros.
viernes, 29 de diciembre de 2017
El reto de la elección profesional
La nueva etapa de la vida que se abría tras terminar COU nos adentraba en el mundo universitario. Estaba ese momento cargado de expectativas e ilusiones. Ser universitario era sinónimo de zambullirse en una vida placentera, y de experimentar el regusto de cierto rol de prestigio que no estaba exento de un tinte de vanidad. Sin embargo, el tomar la decisión de qué carrera elegir comportaba incertidumbre y asunción de riesgos que podían bloquearte durante toda tu vida, si la elección no había sido la correcta. Estabas abocado a elegir una dirección ante una encrucijada de caminos.
Supongo que por algo de esa incertidumbre estaría pasando un buen amigo, cuando llegó a mi casa, despertándome a primera hora de la mañana del 25 de septiembre de 1975, para pedirme consejo sobre la oportunidad o no de matricularse en Medicina. No sé qué orientación le di en ese momento. Ni tampoco creo que estuviera capacitado para ello (Cuan lejos estaba de sospechar por aquel entonces que muchos años atrás me iba a dedicar en mi trabajo, a la orientación profesional).
Algún tiempo estuve yo también tentado por el mundillo de la medicina. Pero muy pronto comprendí que me iba a ser más fácil cruzar un océano a nado, que dedicarme a tan ilustre profesión. Sólo pensar que tendría que adentrarme entre las vísceras humanas y manipular los cuerpos me provocaba una indecible aprensión. Y opté por una profesión que en cuestiones de cuerpo, sólo exigiera el roce de su superficie; y que, para incidir en profundidades, lo hiciera en referencia a la sutileza del alma, de sus niveles psicológicos y las capacidades no corpóreas del ser humano. Así me matriculé en pedagogía.
Aunque la decisión ya la había tomado antes. En COU. Tuvo gran influencia en ella los consejos del profesor de psicología. Me atraía sobre manera su asignatura, y tentado estuve de tomar dicho camino. Al yo comentárselo, el profe me desanimó. La psicología según Alberto, creo recordar que éste era su nombre, no tenía aparentemente salidas, existían muchas más posibilidades con la pedagogía, sobre todo, en los países latinoamericanos. Según él comentaba, estos países estaban demandando con insistencia, profesionales de la educación, para impulsar el desarrollo educativo de grandes sectores de población sometidos al analfabetismo. Y yo, que en mi interior sentía en esos momentos ciertos impulsos por marcharme a países del tercer mundo para ejercer una labor solidaria, descubrí la oportunidad de unir ambas perspectivas (solidaridad y enfoque profesional).
jueves, 28 de diciembre de 2017
Juan Salvador Gaviota
Acababa de leer el libro de Juan Salvador Gaviota. El espíritu de superación y esperanza en las posibilidades inmensas del ser humano, que me había transmitido su lectura, me llenaba de fuerza y optimismo.
“He terminado ahora mismo de leer el libro de Juan Salvador Gaviota. Es un precioso libro de literatura poética y sobre todo de una enseñanza práctica de superación y de alcanzar la libertad mediante un esfuerzo continuo. Todo el libro es una personificación de las gaviotas. Se lee muy bien. Lo he leído en poco más de hora y media. Pienso en volverlo a leer, pues creo es importante analizar cada pensamiento que encierra”, expreso en mi diario.
Se avecinaban tiempos de cambio para mí. Y consciente de la trascendencia del momento, durante toda la mañana me dediqué a hacer limpieza, organizar mi habitación y lavarme la cabeza. ¿Era ésta una decisión que simbolizaba la limpieza, cambios y orden que tenía que hacer en la organización de mi vida y de un modo especial las claves interiores de afrontamiento de mi existencia? Las notas recogidas en mi diario apuntan en esta dirección.
Con la distancia que da el tiempo, percibo la importancia que tuvo para mí ese momento impregnado de esperanzas. La referencia al deseo de trascendencia del hombre, de superar cualquier límite. Mimetizándome con el libro: el compromiso por el afán de superación y embarcarse en aventuras de altos vuelos, con cabriolas creativas, rompiendo con los moldes de la especie, que representaba el personaje de Gaviota. La aventura de lanzarse a ser libre, de asumir la originalidad personal y de proyectarse hacia la autenticidad con la fuerza y capacidad de amar.
“También, urge ponerse de una forma firme a no perder el tiempo. Hay que irse acostumbrando antes de que sea tarde. Este año hay que hacer mucho e irse forjando una personalidad más auténtica”, concluyo en el diario.
¡Qué importancia tiene la lectura de libros y, sobre todo, los que te impulsan a vivir con autenticidad!
miércoles, 27 de diciembre de 2017
Andanzas por el pueblo
Mis andanzas por el pueblo, aún experimentando una cierta transformación, seguían de algún modo mediatizadas por la experiencia del pasado. Una vez dejado el internado (que aunque se había convertido en un colegio normal, tenía en su base una cierta proyección de seminario) y, tomada la decisión de no seguir el proceso de convertirme en seminarista, algunos de los hilos que me mantenían sujeto a unos modos de comportamiento propios de un candidato a recibir las órdenes sagradas, fueron rotos. Pero las raíces profundas, aquéllas que habían impreso en mi carácter unos rasgos de marcada predisposición huidiza, prevención en las relaciones con las chicas, cierto tono timorato de marcada introversión y timidez, seguían arraigados en mi interior configurando una losa bajo la que me sentía sepultado. En el contexto de la vida social de mi pueblo nunca logré ser yo mismo, ni encontrarme libre y esponjado. Mis sentimientos hervían en mi interior, encerrados en una olla a presión que amagaba con frecuencia en saltar por los aires. Sin embargo, exteriormente destacaba en mi semblante, una careta de perfiles acartonados e inmutables que mostraban una rígida frialdad. Me proyectaba como un sujeto imperturbable que observa el mundo desde una atalaya en la lejanía.
Mi verdadera personalidad revivía en el ambiente salmantino. Era como si sólo el contacto con la ciudad me otorgara la capacidad de ciudadano. Creo que por estas fechas posteriores en las que ya estaba en el instituto, y en el contexto de las vacaciones de Semana Santa, asumí el reto de mostrarme en el pueblo como alguien diferente. Traté de mantener relaciones sociales más joviales y cercanas, unirme como uno más a las escaramuzas juveniles de los mozalbetes de mi edad y frecuentar con asiduidad los ámbitos del ocio popular (es decir, los bares). Pero era evidente que no tenía ni práctica ni audacia para relacionarme con soltura en el desempeño de los menesteres que se cocían en estos lares. El poso que había dejado el pasado era tan determinante, que sucumbía una y otra vez, cual presa de un destino lúgubremente diseñado para mí, en mi propósito de comportarme al estilo de mis paisanos.
No obstante, en tiempos de Cuaresma, me sentía liberado, en cierto modo, del peso de asociabilidad que me mantenía en los fondos obscurantistas de mi introversión. Y es que en Cuaresma, los referentes del ambiente juvenil se mutaban de modo significativo. Era la Cuaresma un tiempo en el que quedaban suspendidas ciertas manifestaciones externas de fiesta y regocijo. Y una de las que se congelaban en este tiempo de oración y penitencia, eran el baile que cada domingo reunía y hacía las delicias de toda la juventud de la villa y a veces de allegados externos. En estos bailes yo me sentía profundamente marginado, contemplando desde una distancia, en realidad más psíquica que física, los requiebros, bailes y amores furtivos de mis iguales. Por ello, cuando se suspendían los bailes por el motivo aludido, yo experimentaba un cierto regocijo.
Esos domingos cuaresmales y los festivos de Semana Santa, se transformaban en tardes deliciosa de excursión y paseos primorosos por las cercanías del pueblo. Y en ellos yo participaba con los demás adolescentes y jóvenes, en los largos itinerarios hacia las cercanías del río, a la ermita del Castillo, en el arroyo de Barlaña y otros lugares señeros del paisaje de nuestro pueblo. Participaba con todos en el acercamiento a las chicas, en hacerme visible e intercambiar conversación con algunas de ellas. Y de este modo, me liberaba, aunque sin excesivos alardes, del peso aletargador en que vivía sumergido durante el tiempo ordinario.
martes, 26 de diciembre de 2017
Rebeldía frente a la familia
Volvía al pueblo para pasar, supongo, alguna de las vacaciones o puentes.
Identificado con una época en la que la rebeldía y las conductas contestatarias constituían signos de identidad de prestigio, solía hacer gala de este tipo de manifestaciones en el entorno familiar, cuando a él volvía.
Las posturas mantenidas ante mi familia solían crear no pocas tensiones y disputas. Sobre todo en las relaciones con mi padre. Él, profundamente arraigado en hábitos y maneras de pensar que hundían sus raíces en el más rancio conservadurismo, chocaba frontalmente con mis convicciones, modos de expresarme, maneras de vestir estrafalario y formas desaliñadas de llevar mis greñas.
Durante muchos años fui incapaz de desobedecer el mandato paterno cuando de modo severo e imperioso me ordenaba: ¡córtate el pelo! Pero en esta altitud de mi vida, cuando ya había adquirido importantes cuotas de independencia, me fui atreviendo a recoger el guante y presentarme ante mi familia con los cabellos dejados a su libre albedrío y cayendo profusamente como cascada sobre la dilatada superficie de mis espaldas. En caso de látigo, mi exuberante melena podía amortiguar los golpes que vinieran sobre mis espaldares (debí pensar).
Por supuesto que hubo algarabía y discusión, palabras subidas de tono por parte de mi padre, algunas de ellas fronterizas con el desprecio (“pareces un pordiosero”, “no quiero a un forajido en mi casa”, etc, etc) y algún que otro amago de expulsión de la casa paterna. Pero al fin todo quedó en nada.
En este punto me di cuenta de que la autoridad paterna tenía su límite. En el fondo llegaba a la conclusión de que por mucho que me sintiera vinculado a mi familia y sometido a las claves educativas que mis padres me habían transmitido, yo era un sujeto con vida propia que me presentaba en el seno familiar con una identidad singular e inédita en aquel contexto.
Si mi familia era conservadora, de la Castilla profunda, identificada profusamente con el franquismo imperante del momento, y del que estaban continuamente entonando sus excelencias, yo me presentaba como revolucionario, cercano a los postulados marxistas y reivindicando una estructuración social al modo comunista.
Si abrazaban ciegamente y sin ningún tipo de cuestionamiento las directrices de una Iglesia católica, apostólica y romana, con convicciones religiosas al más puro estilo tridentino o medieval, yo regresaba al seno familiar reivindicando una manera de vivir la fe que ellos identificaban con la más clara apostasía.
Si ellos se esforzaban por transmitir una moral rígida, unas directrices sin fisuras que abogaban por la sumisión a las normas, a la ley, a las costumbres y a la autoridad como supremas metas del ser humano, yo cantaba las grandezas de lo nuevo, despreciaba las costumbres y tradiciones, abominaba de la autoridad y el orden establecido, y me alineaba con cualquier corriente progre que intentara cercenar el pensamiento único, o las costumbre anquilosadas, que a mí se me antojaban primitivas y causa de todos los males.
Nos comportábamos como dos trenes que, a intensa velocidad, circulaban en la misma dirección pero en sentido contrario. El choque era inevitable y en esa confrontación salíamos todos por los aires, con nuestros cuerpos diseminados por los rincones de la casa, lamiendo las heridas profundas que nos habíamos provocado en el enfrentamiento.
Pasado un tiempo caí en la cuenta de lo inútiles y desproporcionadas que resultaban aquellas trifulcas que, por mi parte, pretendían reivindicarme como sujeto original, con ideas propias (supuestamente generadoras de un nuevo mundo) y con propósito de cambiar el modo de pensar y vivir de mis padres.
¡Qué ingenuidad la mía! Sólo cuando tuve la capacidad de aceptar que mis padres tenían el mismo derecho que yo a ser como eran, fui capaz de volver a la casa paterna con espíritu reconciliado, y amar libremente a mis padres por ser ellos mismos, sin pretender que fueran de modo diferente ni intentar imponerles mis posturas contrahechas.
sábado, 23 de diciembre de 2017
Tronco Seco en televisión, 1975
El grupo de música Tronco Seco seguía siendo otra de las columnas fundamentales sobre las que se sostenía mi vida en 1975. La composición del grupo había ido cambiando en los últimos tiempos. Varios de los componentes de la primera época causaron baja por unos u otros motivos. Y a medida que se iba madurando el diseño y perfilando la estructura del grupo, se cubrieron las necesidades de ejecución instrumental y enriquecimiento vocal, con la entrada de nuevos miembros.
Estos cambios y, cierto malestar interno por alguna relación frustrada que me afectó durante algún tiempo, me produjeron no poco desconcierto. Desconcierto que también se generó por el propósito del grupo Tlaloc de que yo pasara a formar parte de su agrupación musical.
Tlaloc era un grupo de música de Salamanca por el que que yo me sentía atraído. Me identificaba con su estilo, con el contenido de sus letras (poemas musicados que contenían denuncia y rebeldía contra el sistema imperante), la armonía vocal e instrumental y su puesta en escena. Cada temporada se montaba un proyecto con un hilo conductor que daba unidad a una idea (la obra de Nazim Hilmet, Poetas contemporáneos, etc.). Los conciertos que se realizaban era la puesta en escena de esa idea, a caballo entre interpretación dramática y expresión músico-vocal.
Quini (alma máter del grupo) y Prieto de Paula, quedaron conmigo en la Plaza Mayor de Salamanca y me propusieron que me uniese a ellos. Acababa de causar baja en su grupo Juan (una voz extraordinaria que transmitía escalofríos cuando interpretaba “Angina de pecho” de Nazim). Necesitaban, según ellos, un nuevo miembro dotado con torrente de voz para la nueva obra que estaban componiendo, y habían pensado en mí.
La propuesta me dejó patidifuso. No me la hubiera esperado nunca. Y sentí el agobio de estar sometido a sentimientos ambivalentes. Por un lado la propuesta representaba el cenit de mis aspiraciones interpretativas en ese momento. Pero por otro, aceptar el nuevo reto, suponía abandonar Tronco Seco. Este posible divorcio suponía un golpe de desproporcionado alcance en la línea de flotación de mis vínculos afectivos.
No fui capaz de negarme a la proposición de Tlaloc, aunque durante varios días estuve dando vueltas al asunto.
Y coincidiendo con esos días, desde Televisión Española, llegó la invitación a Tronco Seco de participar en un programa televisivo.
Con mis sentimientos ambivalentes a la espalda, la excitación que producía el hacer realidad ese sueño de actuar en la “tele” (que en aquel tiempo estaba al alcance de pocos mortales), participé con mis ya antiguos compañeros en la intervención musical televisiva. La mayor repercusión con Tronco Seco, y a la vez mi despedida, se daban cita en una misma actuación, con proyección en la pantalla televisiva.
viernes, 22 de diciembre de 2017
El salto
El salto a la autonomía que supuso la salida del internado hacia la vida independiente, no trajo consigo grandes ventajas. El desajuste relacionado con mis estudios no se hizo esperar. La primera evaluación de COU, en el instituto Fray Luis de León, me sorprendió con un rotundo fracaso. Hasta cinco asignaturas salpicaron mi expediente de un borrón que hubiera sido impensable en mis años de colegial en Calatrava.
En el internado estaba perfectamente adaptado, era conocido sobradamente por los profesores, en ocasiones incluso percibí una confianza, tal vez desproporcionada, en mis cualidades y supuesta honradez. Los superiores me atribuían, con cierta ligereza, una madurez que yo estaba aún lejos de ostentar. Recuerdo que en ocasiones pedía permiso para salir del centro en horas no dedicadas a salidas y se me otorgaban dicho permiso sin necesidad de recurrir a especiales argumentos ni justificaciones. Otros en cambio no gozaban de tales prerrogativas.
Ahora en el instituto era un perfecto desconocido. Era neófito en todo. Y debía situarme ante los retos de modo experimental y exploratorio. Desde la forma diferente de afrontar las nuevas asignaturas, a la adaptación a desiguales profesores, que tenían desconocidos métodos de enseñanza, cuando no se autopromocionaban entregándose a singulares fobias, o dispensaban sus simpatías y filias hacia alumnos con trayectoria de mayor antigüedad en el instituto. Sufrí un penoso periodo de adaptación, bajo el influjo de un mar de dudas.
Mi vida independiente trajo consigo la función de jefe de familia y amo de casa. Demasiada responsabilidad para tan poco vuelo. Me responsabilicé del cuidado y educación de tres hermanos más pequeños que aún estaban en edad escolar. Se trasladaron desde el pueblo a la ciudad, previo acuerdo entre mis padres y mío, en un intento que a la postre resultó fallido, para dotarles de una promoción con mayor lustre.
Tenía que estar atento a que no cayeran en el absentismo; supervisar sus deberes, atender a las demandas de sus profesores cuando existía alguna incidencia; apoyarlos en sus dificultades académicas; velar por una alimentación, vestido y limpieza que fuera medianamente adecuadas a su momento de crecimiento y socialización, etc. Y todo ello gestionando unos muy escasos recursos económicos y habilitando un piso en alquiler que amenazaba ruinas.
jueves, 21 de diciembre de 2017
El internado de Calatrava
Las experiencias vitales con las que vamos llenando nuestra existencia no son permanentes. Se suceden unas a otras configurando un árbol frondoso con el que enriquecemos nuestro trayecto vital. Una de estas experiencias nucleares fue el centro dónde estuve interno durante seis años. Al concluir el bachillerato, el internado, mi querido y añorado internado, dejó de ser el hilo conductor de mi vida. Calatrava, a partir de ese momento, pasaría a ser un bello recuerdo, un referente al que volver de modo recurrente, suscitándome imágenes y añoranzas cargadas de emociones. Un seno materno del que se había roto el cordón umbilical pero del que conservaría el impulso por vivir de modo auténtico, en las siguientes etapas de mi vida.
En ese recuerdo han quedado, ligados con hilos invisibles, los perfiles de tantos queridos compañeros y amigos que tocaron mi sensibilidad y entraña de adolescente. El paso del inexorable tiempo no ha conseguido borrarlos del lugar privilegiado donde quedaron incrustados de por vida. Durante los años que han seguido a esa etapa, mi existencia ha sido rellenada por multitud de experiencias, relaciones, proyectos, metas e hitos de importancia significativa. Pero el impacto de aquel tiempo, la singularidad de aquellas relaciones, de aquellos entrañables vínculos, ha sido insustituible. Y me abruma un resquemor en el alma, por la ausencia de esos momentos que han quedado perdidos, por esos rostros de compañeros (y también profesores), que configuraron en aquel tiempo un entramado fraternal, y de los que he perdido, no sólo sus rostros, sino también sus rastros.
Cuantas veces me sorprendo merodeando por los alrededores de Calatrava, contemplando el edificio, que, dada su construcción de tipo monumental, ha quedado intacto en su imagen externa (el interior ha experimentado profundas transformaciones en consonancia con los nuevos fines a los que está dedicado), a pesar de los años que han transcurrido. Pero más que el edificio, inspecciono las cercanías con la ingenua esperanza de encontrarme con aquellos colegas. Internamente lloro su ausencia en un rito interior que reivindica, a partir de símbolos evocados y cual sacramento, su presencia real y física, en esos espacios otrora llenos de vida, proyectos y esperanzas.
miércoles, 20 de diciembre de 2017
Aquellas navidades del 73
Con ese espíritu dulzón que se me albergaba muy dentro del pecho en los albores de las navidades, me encaminaba, al final de la mañana del 20 de diciembre de 1973, hacia la portería del internado para solucionar no sé qué asunto que tenía pendiente. Ese mismo día nos daban las vacaciones de Navidad. El comedor ya se estaba engalanando con serpentinas y ornamentos para la ocasión, y los villancicos sonaban a todo trapo imantando el contexto de fantasía y ensueño. En unos minutos celebraríamos la comida especial con que cada año nos sorprendían en las horas previas a nuestra marcha.
Y me topé de frente con un amigo que con la cara un tanto desencajada, arrojando una inquietud manifiesta, me espetó alarmado: “Han matado a Carrero Blanco”.
Llegaba de su domicilio (él era externo), ubicado dentro de la Casa Cuartel de la Guardia Civil de Salamanca, portando noticias frescas sobre los movimientos castrenses y de las fuerzas del orden público. “Han ordenado el acuartelamiento de todas las unidades. Se va armar una buena”, me dijo.
Quedé sumido en una profunda inquietud. De un golpe interioricé una gama diversa de posibles desgracias que podían venir unidas, como consecuencia de este inesperado atentado de la calle Claudio Coello de Madrid. La placidez externa con la que vivíamos podía volar por los aires de modo similar al del vehículo del Almirante.
Placidez externa. Porque a pesar de las situaciones que nuestro País estaba pasando desde hacía tantos lustros, sometidos al gobierno arbitrario del Dictador, nosotros vivíamos una vida feliz y libre, dentro de los muros de Calatrava. Teníamos conciencia del contexto en que vivíamos, sí. O al menos, nuestros educadores trataron de transmitirnos la información oportuna, para que analizáramos la realidad de modo crítico y pudiéramos liberarnos de la propaganda del régimen. Éramos conscientes de las injusticias y ataque a los derechos humanos que se cometían bajo la batuta del poder del gobierno. Pero este conocimiento no dejaba de venir ligado a cuestiones especulativas o de conocimientos teóricos. En lo práctico, gozábamos del feliz limbo de la inconsciencia.
De modo que el asesinato del Presidente del gobierno suponía una cuña incrustada en la base de flotación de nuestro mundo feliz. ¿Sería posible que esta adherencia violenta aniquilara la placidez de las aguas de aquel estanque?
El espíritu dulzón se me agrió, la fiesta se me hizo tormentosa y la marcha hacia mi pueblo, en el coche de “línea” que me transportaba, resultó el trayecto hacia las tinieblas del futuro. Un futuro que, afortunadamente, años más tarde, terminaría siendo iluminado por la luz de la esperanza.
martes, 19 de diciembre de 2017
Testimonio de un diario
Con el paso de los años, uno cobra conciencia de la importancia que tiene el haber sido acompañado por un diario. Testigo privilegiado de las experiencias que surcan tu vida. Con él reflejando tus vivencias y reflexiones, puedes saborear, con el tiempo, los momentos que te hicieron vibrar. Tienes la oportunidad de revivir los gozos e integrar las sombras (el tiempo diluye y supera lo escabroso). En momentos he tenido la sensaciones de vivir nuevamente lo que ya había eliminado las inclemencias del olvido. Y echo de menos no haber sido más fiel a este hábito de recoger en un cuadernillo algún aspecto y vivencia del cada día.
Esta infidelidad hizo que en determinados momentos se produjera un abandono casi total de la práctica. No sé a ciencia cierta qué ocurrió en mi vida para que se produjera este abandono en un hábito que estaba profundamente arraigado. Es posible que sucumbiera ante cierto hastío. Una impresión insidiosa de estar recogiendo en un vulgar cuadernillo intrascendentes notas de escaso valor, pudo generar en mí, un sentimiento de estar perdiendo el tiempo. O tal vez, me descubrí cayendo en una rutina no justificada, no encontrando proporcionalidad entre el esfuerzo requerido y el fruto conseguido con el mismo.
Cierto es que nunca estuvo mi vida rodeada de tantos acontecimientos y experiencias como en aquella época. Llego a pensar que al diversificarme en tantos frentes, al distribuirme en un cúmulo exagerado de relaciones, perdí intensidad en mi concentración interna y como consecuencia marginé las reflexiones proyectadas sobre las hojas en blanco de mi diario.
Y ahora echo de menos la esterilidad de un año y pico, crucial de mi vida, de la que apenas han quedado huellas para el recuerdo. Los acontecimientos y vivencias del pasado, si no quedan recogidos a través de testigos documentales, se hunden en la negrura del olvido, cual sedimentos sepultados en las profundidades marinas de la historia.
lunes, 18 de diciembre de 2017
Tronco Seco
Fin de semana del 16 y 17 de febrero de 1974. La música lo abarca casi todo. Alguna hora dedicada al estudio (estamos en plena evaluación) y el ejercicio de “balonero” el sábado por la mañana, y todo lo demás, pruebas y ensayos del grupo Tronco Seco.
Nos presentamos ante el Director de la “Semana de intérpretes universitarios”, D. Dámaso García, para que nos realizara la prueba pertinente. Y fuimos seleccionados para participar en el evento.
La “Semana de intérpretes universitarios” constituía un acontecimiento musical de primer orden en el mundillo de la interpretación en Salamanca. Se daban cita las principales promesas de la canción y de la interpretación instrumental de la ciudad. La mayoría ligados al ámbito universitario. El escenario en el que se celebraba tan sonado acontecimiento era el “Aula Juan de la Encina”, excelente teatro donde tenían lugar innumerables manifestaciones artísticas, generalmente de contenido alternativo, conciertos de gran calidad y propuestas artísticas de rigorismo ilustrado. Solían asistir a estas actividades la flor y nata del intelectualismo salmantino.
Tuvimos el primer ensayo en el Aula Juan del Encina, este domingo 17 de febrero del 74, tras estar presente en otras pruebas de agrupaciones y solistas que iban a actuar en la Semana. Los grupos “Lejanía” y “Hélade” fueron algunos de ellos. En nuestro ensayo estuvo presente el grupo “Tláloc”. “A las cinco hemos estado ensayando en el Aula de Juan del Encina. Fue Tlaloc. Han sido críticos con algunos defectillos”. Escribo en el diario. Este Tláloc era un grupo que yo admiraba por esa época. Realizaban un tipo de música de gran virtuosismo, en lo que al formato de las piezas musicales se refiere. Y por otra parte, sus letras llevaban una carga de crítica social y denuncia, indirecta o directa, al régimen que dominaba nuestras vidas en aquel instante. Por lo general, musicaba poemas de poetas comprometidos como Nazim Hitmet o poetas españoles de la posguerra (José Hierro, Ángel González, José Agustín Goytisolo...), muchos de ellos en el exilio. Poco sospechaba en aquel momento, que en este grupo, terminaría recabando yo, no mucho tiempo después.
Etiquetas:
Alumno,
añoranza,
canto,
colegio,
ensayo,
escenario,
estudiante,
grupo música,
intérprete,
juventud,
otra época,
pasado,
recuerdo
Ubicación:
Valladolid, España
domingo, 17 de diciembre de 2017
Lejos de aquel instante, cerca de quienes aún lo sufren.
Me someto a la holgura de una noche que se dilata en fechas de evaluación. Son las 23 horas y me siento sometido al fuego cruzado de los distintos exámenes que se ciernen sobre mi cabeza. Me abruma tanto contenido, tantas ideas y conceptos por retener en mi memoria. Apenas he respondido con mi estudio al reto que las matemáticas, el arte y la religión proyectan sobre mí, en la jornada de un martes que cuan látigo me sacude en los higadillos. Me pliego ante la mesa de estudio, doblando mi cerviz en actitud sumisa delante de un libro. El esfuerzo es inútil. Un espíritu de pusilanimidad me atenaza, encierra y hace languidecer mi ánimo. Y se desparrama sobre la mesa un líquido imaginario de desazón encubierta. Me derrito como bloque de hielo sometido bruscamente a la temperatura tórrida del estío.
Opto por tirar la toalla. He sucumbido en el intento de solucionar en un “tris”, qué tristeza, todo lo que no he afrontado durante el vasto tiempo de todo un fin de semana. No obstante conservo el dulzor amargo de las actividades artísticas e interpretativas en las que me he solazado durante el ocioso intervalo. Ese remanente de frescor que aún conservo, me da la fuerza para decidir levantarme mañana en la alborada del nuevo día. “Pienso levantarme a las 6:30 (AM)”, dice mi diario de aquella época.
viernes, 15 de diciembre de 2017
Cuestión de pelotas
Mi vida ha estado siempre profundamente ligada a las pelotas. Es probable que desde los primeros soplos vitales me sobreviniera un aprecio singular por tener en mis manos ese juguete esférico, que golpeado contra una pared de modo repetitivo, y devuelto con un toque seco impulsado por la palma de la mano, hacía las delicias del entretenimiento de mi niñez.
La cuna en la que se abrieron mis ojos y sintieron las primeras sensaciones acústicas mis oídos, estuvo instalada muy cerca del frontón del pueblo. Supongo que a ella me llegó, aunque de modo inconsciente, el impacto favorable de las contiendas deportivas que se dirimían entre los mozos del pueblo. La pelota al chocar fuertemente contra el frontón era repelida de modo tan exageradamente enérgico, que no pocas veces llegaba rebotada a lamer el alfeizar de mi ventana, tras la que exploraba mi entorno, con movimientos juguetones de mis miembros inferiores y superiores. Así debí ser imbuido por una atractiva fuerza a la que estuve prendido durante varios años.
También, según me dicen, tendría sobre mí su impronta la herencia genética recibida de mi abuelo paterno. Cuentan que era uno de los mejores pelotaris de la comarca. A mí a penas me alcanza sobre él algún recuerdo vinculado a dicha práctica. Una ligerísima visión retrospectiva me acerca su imagen de pequeña estatura, cuerpo menudo, ceño fruncido medio disimulada por la boina y talante nervioso y vivaz, enviando la pelota con la precisión de un cirujano a los huecos donde no podían llegar sus oponentes. Tal vez mi imaginación esté cubriendo el lapsus que no ha rellenado el recuerdo.
Más tarde, en los albores de la adolescencia, fui cautivado por la práctica del balón pie. Práctica que me acompañó ya de modo inexorable durante los años más significativos en el ejercicio del deporte. Y no sólo en ese tiempo. Todavía, hace unos pocos años, estuve ligado al mundillo futbolístico acompañando a mi hijo en todos los partidos que disputaba los fines de semana y, a veces, hasta en algunos entrenamientos. Y así se me ha ido gran parte de mi tiempo, viviendo la excitación que me transmite una pelota, que como loca salta, se desliza, choca y en raras ocasiones queda encajada bajo el arco y el fondo de red de una portería. Seguro, que es tiempo precioso un tanto perdido. Como perdida parecía la mañana de un sábado, 15 de febrero de 1973, en el que reflejaba en mi diario cierto reproche por estar ocupado en funciones balompédicas: “Por la mañana todo el día haciendo las tareas de delegado de fútbol”. En ese tiempo yo era el “balonero”, encargado de proporcionar los balones necesarios para las diferentes prácticas deportivas del colegio, mantener a punto los diferentes materiales y dejar todo ello recogido y en perfecto estado de conservación.
Tiempos perdidos. Pero qué puedo hacer, si llevo el estigma de las pelotas grabado en el pecho desde cuando, sin tan siquiera balbucear palabra, recibía las primeras sensaciones vitales en una cuna ubicada frente al frontón de mi pueblo.
Etiquetas:
adolescencia,
Alumno,
añoranza,
colegio,
deporte,
estudiante,
familia,
fútbol,
internado,
juventud,
niñez,
otra época,
pasado,
Pelota,
pueblo,
recuerdo
miércoles, 13 de diciembre de 2017
Embargo de intérprete
Se me ha reconocido con frecuencia mis dotes interpretativas. Y en realidad me encuentro muy cómodo cuando tengo que hacer simulaciones o desempeñar algún papel en el que tenga que mostrar mis capacidades de escenificación. En realidad una de mis vocaciones frustradas ha sido el teatro.
En las veladas y festivales que se organizaban en nuestro internado, me prestaba gustoso para realizar alguna obrilla o representar algún papel, viniera o no viniera mucho a cuento. Pero bien sea por el espacio que ocupó mi incursión en el mundo de la música, o debido a que no encontré el contexto de acompañamiento adecuado para desarrollar este interés, el teatro quedó relegado a esa gris antesala de las acciones que se proyectan para tiempos mejores, esos que nunca llegan.
Esa antesala ha quedado materializada en unas cuantas fotografías en blanco y negro, documentación gráfica de una obra de Alejandro Casona, que permanecen en una carpeta deslustrada, como testigo de una muestra de mi vida, en la que yo representaba el papel del diablo. Un esbozo que diseñaba algunos rasgos como promesa de un futuro que definitivamente quedaría abandonado. Abandono, como “La Barca sin pescador” que, quién lo diría, vendría a ser la metáfora de mi vida respecto a este objeto de mi deseo, barca del teatro dejada a la deriva por los mares de mi desidia.
Sí es verdad que el Arte Dramático ocupó mi mente, como posible alternativa de estudio universitario, en las postrimerías del bachiller. Pero al deshojar la margarita, profusa de hojas-opciones, fue una de las descartadas en primera instancia. El hecho de tener que desplazarme a Madrid para realizar tan ilustres estudios no estaba al alcance de mis exiguos recursos. Y además, se había forjado en mi interior, un impulso incontenible por formarme en alguna disciplina, que me habilitara profesionalmente para realizar servicios orientados a aliviar penalidades, a fomentar la educación, promocionar las personas empobrecidas, etc. Percibía en aquel momento que ya existía en la realidad demasiado drama. Ese drama, de algún modo también, me hacía desistir de convertir mi vida en interpretación, cuando se me necesitaba para empresas, iluso de mí, más sublimes, para cambiar el mundo.
Y así terminé dedicándome a la educación, con la difusa ilusión de posibilitar el desarrollo personal y comunitario.
El gusanillo que aún descansa en la antesala de los objetivos no cumplidos, se ha despertado hoy, al leer los comentarios escritos en mi diario del 27 de noviembre de 1973. En ellos se alude al primer ensayo de la obra citada, dirigida por D. Marciano y en la que los protagonistas eran alumnos de COU, tres ó cuatro chicas venidas del exterior, y yo mismo, como único representante de 6º. Para el papel de diablo. No debieron encontrar candidatos en el curso de orientación universitaria. O percibieron en mí aptitudes solventes para la escenificación teatral. Aptitudes sobre las que, con el tiempo, cayó el embargo.
Etiquetas:
Alumno,
añoranza,
colegio,
dramatización,
escenario,
estudiante,
internado,
intérprete,
juventud,
otra época,
pasado,
recuerdo,
representación,
Teatro
lunes, 11 de diciembre de 2017
Personalidad
“Tener personalidad o no tener personalidad”. Para mí siempre fue una etiqueta con la que distinguía a las personas con quien me relacionaba. Ignoro la importancia que le dan los jóvenes actuales a este tipo de características y si lo tienen en cuenta a la hora de vincularse a sus iguales. Aunque, si he de ser justo, he escuchado comentarios a mis hijos en los que aprecio la valoración que ellos le otorgan a sus amistades, en función de rasgos constitutivos de la persona.
Sin embargo tengo la impresión de que en este momento se valora más las características superficiales y físicas. Los medios de comunicación social; la prensa rosa; la publicidad; las costumbres y modos de vida que sancionan la apariencia y el físico como rasgos fundamentales de aprecio social; los programas televisivos de dudosa calidad, y los de calidad (sin que quepa la mínima duda) paupérrima,; etc; proyectan unos modelos en los que abunda el raquitismo mental y el triunfo de lo cutre y rastrero.
Estoy seguro de que no todos estarán configurados por el mismo patrón, pero muchos de nuestros jóvenes, necesariamente, han de verse impregnados de estas corrientes fulleras y mediocres. Es difícil que tengan aspiraciones, que vayan mucho más allá, de conseguir una apariencia “chachi”, un físico con el que atraer a posibles refriegas epidérmicas. La evasión y búsquedas de placeres sucedáneos, es la alternativa que le queda a todos aquéllos que son conscientes de que no dan esa talla o que fracasan por tener un cuerpo que no se concilia con los cánones de las últimas tendencias.
Yo mismo me siento francamente infectado por estas directrices que me marcan desde vertientes externas. Me sorprendo en ocasiones valorando en función de trivialidades y apariencias cosméticas. Y lo tremendo es que se me va insertando este virus, de un modo semiinconsciente, en las profundidades del alma. Tanto, que recibo como un soplo de aire fresco, que me despierta de mi letargo, ese recuerdo del diario de mi etapa juvenil, que hace alusión a la importancia de tener personalidad.
sábado, 9 de diciembre de 2017
Tierras de Castilla
El 14 de Noviembre
de 1973 me consumía en el intento de realizar un trabajo de filosofía sobre el
tema de la muerte. Estaba tremendamente confuso sobre el enfoque que podía
darle. Era un tema que me superaba. No sé si al final logré plasmar algún
pensamiento coherente o reflexiones hiladas que no desmerecieran de ese objeto
de especulación.
Años más tarde
reflexionaba sobre este asunto vinculando muerte y campos castellanos:
“Camino lentamente
por senderos castellanos, entre encinas, yerbas secas arrasadas por el sol,
cardos amarillentos y algún matojo desperdigado. Siento la grandeza de saborear
palmo a palmo la raquítica flora de estas inmensas explanadas que no se
pierden, sino que se prolongan y prolongan y prolongan... Estas extensiones me
hablan del eterno deseo humano de infinitud, de su anhelo por expansión sin
límites, de superación de cuanto pueda limitarle, de superar al propio
obstáculo de la muerte.
El hombre y los
campos castellanos llevan en su código interno la vocación de la trascendencia;
sus contornos no quedan dibujados, no podemos captar sus límites. Todo se
zambulle en el misterio, donde parece intuirse sus identidades definitivas.
Me paro para
recoger una piedra que rompe ligeramente la monotonía de diseño de las demás.
La observo detenidamente y recuerdo alguno de los conocimientos de geología que
aún no he perdido con el paso del tiempo. Tiene estructura cristalina y sus
capas están diseñadas como si se tratase de una obra de arte. Me sobrecoge la
belleza de esta pequeña piedrecilla. Sin querer me transporta hacia la realidad
de un espíritu de misterio que mueve toda esta trama que fundamenta el mundo y
la vida.
El
contemplar los parajes agrestes de los campos castellanos, aplanados por el sol
de verano, me sugieren la idea de la muerte. Reconozco que me resisto a
percibir algún atisbo o aspecto positivo sobre esta finitud de la vida, como
también es difícil imaginarse estos campos estériles como portadores de
fecundidad. La muerte no podemos concebirla sólo como el fin de nuestra vida.
Hay que unirla a la idea de privación, de falta, de ruptura con algo o alguien.
Estos campos me hablan de la muerte a la que son sometidas las poblaciones de
estas tierras desde tiempos lejanos. De la esclavitud de la tierra en la que se encuentran sumidos,
por el déficit de bienes, esos que les han sido arrebatados. La muerte va ligada
a la idea de condiciones míseras de subsistencia, de cercenar las aspiraciones
de libertad y liberación que apenas conocen. Pero también a la de fecundidad,
esperanza en los campos, en los hijos, en la naturaleza, dadora de las
condiciones de crecimiento de las mieses. Muerte y vida; desierto y fecundidad;
límite y resurrección.
martes, 5 de diciembre de 2017
Trajín musical
Mi pulso
tembloroso se revela impreciso e inseguro. Acometo la tarea que en su día se
convertirá en hábito matutino. La hojilla de afeitar me castiga por mi penoso
dominio en las habilidades de rasurar mi incipiente barba. Mi rostro queda
surcado de significativos rasguños y cortaduras. No sé hasta qué punto es un
problema de destrezas, o más bien, que me siento sometido a una presión interna
que se manifiesta en torpeza. Porque el ahogo interior me produce falta de
dominio del espacio y una coordinación sensomotriz deficiente.
Mi diario produce
un grito desde la distancia temporal: “No sé qué me pasa. No sé porqué habré estado tan nervioso desde el
principio del día.”
Es el grito de
alguien que no es capaz de dominar el cúmulo de sentimientos y vivencias que le
rodean.
El día, que se
extiende entre participaciones del grupo de música en amenizar misas, hasta
tres (vaya paliza), ensayos y una pequeña actuación para un colectivo de
personas enfermas, se convierte en espacio de agresión sutil a mis compañeros. “Por la mañana hemos cantado tres misas.
Para morirse. Por la tarde no sé qué me ha pasado, me he puesto un poco
insoportable en el ensayo. Ha sido un desastre. He llegado a poner de mal humor
a Paco.”
Menos mal que la
situación se relaja al final de la tarde. El grupo y sus adláteres nos dimos
cita en el bar Miguel, centro de nuestros encuentros ociosos y relacionales y, en amenizada tertulia intercalada de cantos y contactos exploratorios,
dilatamos el tiempo recibiendo el bálsamo del regocijo compartido.
lunes, 4 de diciembre de 2017
En otro tiempo remoto
En medio de un profundo maremoto interior, se aproximaba el puente de los Santos y por consiguiente debía irme al pueblo. La contrariedad se refleja en las notas escritas dejadas en el diario que exhalan incomodo y ansiedad. Mis escarceos amorosos hacia una de las chicas que me cautivaban vivían un momento delicado. Los días pasados nuestra relación había fluctuado entre episodios de ambivalencia. Una comunicación profunda y sincera con ella, que transparentó estrechos vínculos y vibraciones especiales, había dado paso, en otro momento, a cierta fricción incorpórea revelada en signos de frialdad y lejanía. Del gozo al pozo en apenas un fin de semana.
Necesitaba imperiosamente volver a quedar con ella. Ocupar esos valiosísimos días que nos regalaba el puente para invertir la tendencia. Borrar el malestar del último lance y recuperar el río fluido de la aproximación íntima, sin mediaciones aciagas ni escollos de mal agüero. Pero el puente se iba a desvanecer. Quedaría congelado en el tiempo. Y ella permanecería ante mí, como la protagonista del cuento, atrapada en un sueño permanente, en espera de ser liberada por el príncipe intrépido a través del beso de amor.
Ese puente era otro mundo. Una falla entre dos temporalidades. Y yo, obligado a traspasar hacia el otro lado, al desplazarme para ir a mi pueblo, dejaba el lado del vivo para internarme en el reino del muerto.
En mi pueblo se desvanecieron los sueños de días pensados para la reconquista amorosa. Como un sonámbulo acompañé a mi tía en la recogida de crisantemos. Un huerto próximo a la casa familiar producía variedades de flores y frutos. A finales de octubre se poblaba de capullos, que convertidos en flores en noviembre, recogíamos para adornar las tumbas de los familiares fallecidos. Y ahí estaba yo, prisionero de las costumbres ancestrales, participando en la liturgia de respeto y pleitesía a aquellos que un día nos dejaron para siempre. Pero en realidad era yo otro muerto. Incapaz de saborear el espléndido sol de la mañana, que bañaba los parajes como en una primavera confundida e improvisada, transitaba hundido en profunda tristeza. Habitante de otro planeta, ovni en un mundo extraño al que en ese momento repudiaba y no quería pertenecer.
lunes, 22 de mayo de 2017
Grupo de folk
El proyecto de Campo Charro como grupo musical iba
adquiriendo progresivamente perfiles más definidos. Nuestro líder principal,
Paco, había asumido con un significativo interés las riendas de la formación
musical, en los comienzos del nuevo curso. Al pertenecer a un grado superior,
cursaba ya sus estudios fuera de Calatrava, pero seguía referido a nuestro
colegio como espacio de relaciones y de ensayos musicales.
El grupo de música surgió y dio sus primeros pasos en el
ámbito del internado. Este seguiría siendo el núcleo central desde donde partía
los diferentes dinamismos asociados a él. Pero de un modo progresivo se iba
también destetando de su dependencia materna. Y nunca mejor dicho lo de
“materna”, porque Calatrava venía siendo para nuestro grupo, la madre que nos
dio la vida y la leche de la primera infancia. El destete vino motivado por las
referencias externan que iban imponiendo una apertura a aires nuevos y a
posibles integrantes para el grupo de otros contextos. Oteando el espacio
exterior se vislumbraban posibles actuaciones en lugares diversos de la ciudad.
Otros colegios, certámenes universitarios, festivales populares, emisoras de
radio locales... Había que abrir las ventanas y lanzarse al reto electrificante
de las actuaciones musicales en ámbitos que, si iban bien las cosas, supondrían
un fuerte espaldarazo para lanzarnos hacia adelante.
Pronto nos dimos cuenta de la trascendencia que tendría la
contribución de voces femeninas a nuestro grupo. Hasta entonces éramos sólo
hombres, y un poco imberbes, los que confabulábamos con nuestras voces
varoniles, realizando el reparto vocal de los diferentes tonos: graves,
agudos...; en un intento de perfeccionamiento armónico. Se hacía necesario
enriquecer nuestro repertorio tonal con voces femeninas. Y nos pusimos manos a
la obra, para descubrir futuros valores.
No hicimos ningún casting, ni ofertamos, a través de
anuncios, plazas de vocalistas femeninas para “conjunto musical”. Digamos que
teníamos tantas relaciones y contactos que disponíamos de suficientes posibles
candidatos, sólo con poner en funcionamiento la estrategia del “boca a boca”
(sin pasar a mayores).
Varias propuestas pincharon en hueso. Recuerdo ligeramente a
algunas chicas que pasaron por nuestros ensayos con ánimo de probar suerte; y
que al final, rechazaron nuestra invitación (no debimos darle mucha confianza).
Otras, aceptaron en un principio, pero se descolgaron en un final.
Sí aceptaron Pili y Pepi. Habíamos cantado con ellas ya, en
las misas que amenizábamos en el pueblo de Aldeatejada, y en sus
correspondientes “sobre-misas” (Espacios de tertulia y cante que improvisábamos
tras la misa dominical). Ya eran conocidas, valoradas y apreciadas por
nosotros, por lo que su voluntad de unirse a nuestra empresa contó enseguida
con nuestro beneplácito.
Es la primera vez que aparecen sus nombres en mi diario
vinculadas a nuestra formación musical, en este 3 de octubre de 1973. Sus nombres
me provocan una deliciosa nostalgia. Y me transporto a los escenarios,
sintiendo “la piel de gallina”, al escuchar sus voces cantando:
“Camino
de Montijo van hacia el valle...
diez
mozos con alforjas chicas y grandes...
chicas
y grandes, niña, chicas y grandes...
Camino
de Montijo en los olivares...
Se
me perdió el anillo de los cantares...
De los cantares, niña, de
los cantares”
viernes, 7 de abril de 2017
Encuentros furtivos
La coeducación en los colegios es algo tan natural y sensato
en la actualidad, que me resulta chocante, el imperio del criterio opuesto, en
aquellos años del pasado. La separación educativa por sexos, provocaba un
peculiar trato entre chicos y chicas. Estábamos acostumbrados a que la
cotidianidad marcara una relación exclusiva homófona, chico-chico o
chica-chica. Esta circunstancia propiciaba un deseo enfermizo de encuentro con
el sexo opuesto, en ese espacio extraordinario que suponía los fines de semana.
Íbamos como locos en busca de esas relaciones complementarias. Y las
absorbíamos, en aquel intervalo de nuestra vida que conformaban el sábado y
domingo, como si fueran las últimas relaciones heterosexuales de las que íbamos
a gozar en toda nuestra vida.
En algunas ocasiones, en nuestro internado, se rompía la
tendencia y lográbamos algún furtivo encuentro con alguna jovencita durante los
días ordinarios de la semana. Solían ser ayudantes del servicio del colegio,
que colaboraban en tareas de limpieza y del comedor. Establecer algún tipo de
contacto, de mirada cruzada, roce intencionado en el cruce discreto de un
pasillo, o simplemente observar las piernas generosamente mostradas en un
descuido, constituían todo un plus regocijante para nuestras vidas sometidas al
desierto cotidiano.
En circunstancias excepcionales nos trasladábamos al
Aspirantado Maestro Ávila, colegio con el que teníamos relaciones especiales de
fraternidad (Algunos de nuestros superiores de entonces, y la totalidad de
tiempos anteriores, habían sido formados en la orden de dicho centro). Solíamos
compartir con los alumnos de allí el visionado de películas de cine. A ese cine
también asistían algunas chiquitas del servicio de aquel centro; y yo quedé
prendado o prendido de una de ellas. El domingo que nos ocupa tuve un encuentro
regocijante con ella, de cuyo nombre, como en El quijote, no logro recordar,
pero que mi diario se refleja como la chica del “Aspi”
Cada noche de domingo vivíamos sometidos al resultado de
nuestros escarceos de fin de semana. Una moral que dependía directamente de
nuestros éxitos o fracasos en aquellos envites, imprimía en nosotros el sello
con el que afrontábamos la difícil andanada del comienzo de semana. El 10 de
Junio, por la noche, pasaba por momento desordenados de euforia y decaimiento.
No lograba mantener un equilibrio equidistante entre los dos polos. Ora me
sentía amilanado por la proximidad del lunes y la negrura que proyectaba sobre
mi espíritu, ora me deleitaba en el recuerdo de la chica del Aspi y una tal
Maite que también se había cruzado en mi camino provocando el deleite de un
nuevo encuentro.
Etiquetas:
adolescencia,
atracción,
chicas,
chicas de ayer,
cine,
colegio,
diario,
domingo,
estudiante,
idilio,
internado,
juventud,
otra época,
pasado,
recuerdo
miércoles, 5 de abril de 2017
Espacio con turbulencias
Se produce un salto considerable en el diario de mi etapa juvenil. La marcha al
pueblo y permanencia en él durante un puente, me hizo perder el ritmo diario de
anotar cada noche algunas líneas en sus hojas ávidas de ser rellenadas. No
había en el hogar familiar excesivas condiciones para aislarte y, en clima de serenidad,
reflejar en un papel pensamientos, sentimientos o ideas que crecían abundantes
en mi cerebro.
La profusa prole que poblaba nuestra vivienda aseguraba
bullicio, peleas, gritos permanentes, confusión, riñas...; todo lo que uno
pueda imaginarse como contrapuesto a la serenidad y al clima reflexivo. Como
consecuencia, cuando pisaba el umbral de mi casa, sentía que penetraba en una
dimensión diferente. Era adentrarme en un planeta, que aun resultándome
demasiado familiar - en esos retornos periódicos- comenzaba sacudiéndome como
un latigazo repentino de novedoso asombro, para tragarme al instante en su
vientre de rutinarias turbulencias.
Sentía un abismo irreconciliable entre los dos mundos que me
cobijaban en esa época. El estudiantil, que me impulsaba aspirando a metas de
ensueño y deleite, al abrigo del internado de Calatrava; y el del retorno a mis
fuentes, al plancton de mis ancestros; espacio en el que me zambullía como la
vuelta inexorable a mis orígenes y en el que vivía la ambivalencia de quien
siente el peso de rémoras no queridas, pero que absorbe en ellas, una profunda
fuerza de superación y de lucha.
El paso de uno a otro mundo suponía un parto difícil de
sobrellevar. Y tenían que pasar cierto tiempo para amoldarme y sentirme
pletórico de fuerzas recobrando el pulso de mi existencia al nuevo medio. Por
la brevedad de permanencia en el pueblo, me resultaba difícil adaptarme a ese
contexto en mis puntuales regresos. Y vagaba como alma en pena, respondiendo a
los recados y encomiendas que mis padres me demandaban, sin dejar especiales
huellas ni registros sublimes, en cuadernos y descosidos de mi existencia.
martes, 4 de abril de 2017
De los profesores que dejaron huella
D.E.P., querido Victoriano García Pilo.
El profesor de filosofía llevaba la “voz cantante”. Era a la vez docente de la materia especulativa y profesor de música. Creo recordar que también en alguna ocasión impartió clases de religión en sustitución del profesor titular. Pero quedará vinculado a los recuerdos de los antiguos alumnos como el profesor de música.
Mis primeros recuerdos sobre él me trasladan a una clase impartida, si no recuerdo mal, en el laboratorio de Ciencias, que en alguna ocasión se utilizaba para esta materia, por tener en él albergado un piano. Trataba el profesor de organizar el grupo en función de las dotes musicales de cada uno. A nivel individual íbamos saliendo, uno a uno a la palestra, para repetir la escala musical y así poder determinarse el soporte de nuestras diversas tonalidades. Él trataba de marcar la pauta trazando a cada alumno las referencias gestuales y acústicas que le facilitaran la reproducción del producto deseado. Sus exageradas muecas provocaban en un principio irritación o mofa. Parecía agredirte con los movimientos de su rostro. Arqueaba las cejas, fijaba la mirada abriendo espectacularmente sus enormes ojos que parecía iban a salírsele de los cuencos; esbozaba una expresión dura acentuándola con esforzados rictus de cartón piedra. Abría tan espectacularmente la boca que parecía te iba a engullir en el siguiente movimiento.
En tiempos posteriores he proyectado sobre él la imagen de la boa que se traga al elefante en El Principito de Saint de Exupéry
Y en las ferias de la ciudad donde hoy vivo, el espectáculo infantil de “La Tía Melitona”, zampando en un simulado juego a los niños que se atreven a meterse en su boca, me renuevan cada año el recuerdo de este inolvidable y querido profesor de mi adolescencia.
A pesar de sus gestos era todo bondad. Nos trataba con el esmero que necesitaban adolescentes sometidos a los cambios, en una edad henchida de dificultades, periodo trascendental para ir apuntalando los hitos y lanzarse a vivir una vida madura. Su asignatura de filosofía, que el diario de este 13 de noviembre me trae a la memoria, era un compendio de reflexiones para la vida. Esgrimía análisis y críticas agudas sobre los modos de existir y comportarse. Y a muchos de nosotros (recuerdo la pasión con la que consumía sus clases mi querido compañero Santamaría), nos facilitó referencias, para atrevernos a pensar de modo original y personalista.
lunes, 3 de abril de 2017
El escaño de la cocina
Cualquier detalle de aquella #época remota me evoca sentimientos o recuerdos de profundo calado. La referencia en mi diario #juvenil, de un día de puente y la consiguiente visita #familiar al pueblo, me hacían situar ante ese otro entorno de mi vida, aquel que me suministraba sentimientos contradictorios de #amor y de #rechazo. Amor a mi familia, allegados, #amigos e incluso a todos los habitantes de ese contexto #rural, convecinos a los que profeso natural aprecio; pero rechazo a las condiciones duras de vida, esas condiciones que me habían empujado a buscar otro hábitat de supervivencia.Mis recuerdos se remontan a un tiempo para mí remotísimo en el que residíamos en el centro de la #villa, domicilio donde yo vine al mundo. Mi #padre, cansado del intenso trabajo que las faenas agrícolas y ganaderas le hacían soportar, yacía tumbado sobre un #banco de madera (“el escaño”), adormilado, en actitud de espera, anhelando que mi #madre volviera de casa de los #abuelos para servirle la #cena. Los acontecimientos y recuerdos de un pasado tan lejano se entremezclan en una nebulosa confusa y deshilachada que no me permite concretar una #evolución cronológica medianamente fiable. Pero me inclino a pensar que éste es el primer recuerdo que ha quedado prendido entre las #telarañas de mi memoria.Esa visión, #fotografía viviente que permanece aún en mi vida como un fresco de profundo arraigo en mis entrañas, se me ha antojado un flash premonitorio de a qué podía quedar reducida mi vida, si seguía los pasos de mi padre. Es probable que mi búsqueda de otros mundos diferentes al que había experimentado desde mi más tierna #infancia, tenga mucho que ver con el efecto angustioso que me produjo la contemplación de mi padre, agotado, rendido sobre un banco de madera, esperando la cena y sin otras expectativas que vivir sometido a las leyes inexorables de un trabajo agotador, que a duras penas producía un mísero fruto para ir sobreviviendo.
martes, 21 de marzo de 2017
Para otra ocasión
El éxito que obtuvimos el Grupo de música “Campo Charro” en la velada del día anterior, nos despertó nuevas inquietudes. Comenzamos a pensar en serio, sobre posibilidades y proyectos cara al futuro. Bien es verdad, que no había sido más que una actuación en el contexto de una velada de internado. Pero esas veladas tenían proyección externa, ya que acudían a ellas diversidad de personas del entorno, que por uno u otro motivo tenían vinculación con Calatrava. Por otra parte, nuestra ascendiente en pueblos y alguna parroquia de los alrededores en los que amenizábamos misas de domingo, bodas u otros eventos religiosos, nos iba proporcionando cierta notoriedad. El resultado era que se iba formando en nuestro entorno un gran número de adeptos, que con el tiempo, llegaron a ser, poco menos, que incondicionales.
Dándole vueltas a las posibilidades futuras, Antolín y yo, nos presentamos en la habitación de uno de nuestros superiores, D. Paulino, uno de los que más nos apoyó en esos inicios. Queríamos contrastar con él la posibilidad de presentarnos al programa televisivo, de gran éxito por entonces, “LA GRAN OCASIÓN”. En esos tiempos era un programa con semejanzas a alguno de los que, en la actualidad, ofrecen posibilidades a jóvenes promesas del mundillo musical, tipo “OPERACIÓN TRIUNFO” y similares. En internet he encontrado una reseña sobre este programa:
“También en los años 70, los espectadores verían a jóvenes valores en LA GRAN OCASIÓN presentado por Miguel de los Santos . Fue otro concurso para cantantes desconocidos. Una postal auténtica de la moda del momento: “melenudos”, como se llamaría entonces a los de pelo largo, con pantalones de campana y camisas de flores con grandes cuellos. Hoy los vemos un pelín horteras, pero, entonces, eran de lo más moderno”.
( http://www.rtve.es/tve/50_aniv ersario/20060507_blog50anyos.h t)
Pero D. Paulino no veía que este fuera un momento oportuno para lanzarnos a tal aventura. Sobre todo nos ponía pegas por no tener suficiente trayectoria y no haber ensayado aún a fondo. O sea que más que ilusionarnos con fantasías y tener demasiados pájaros en la cabeza, teníamos que proponernos trabajo duro y serio. Lo de la TV habría que dejarlo para más adelante.
Dándole vueltas a las posibilidades futuras, Antolín y yo, nos presentamos en la habitación de uno de nuestros superiores, D. Paulino, uno de los que más nos apoyó en esos inicios. Queríamos contrastar con él la posibilidad de presentarnos al programa televisivo, de gran éxito por entonces, “LA GRAN OCASIÓN”. En esos tiempos era un programa con semejanzas a alguno de los que, en la actualidad, ofrecen posibilidades a jóvenes promesas del mundillo musical, tipo “OPERACIÓN TRIUNFO” y similares. En internet he encontrado una reseña sobre este programa:
“También en los años 70, los espectadores verían a jóvenes valores en LA GRAN OCASIÓN presentado por Miguel de los Santos . Fue otro concurso para cantantes desconocidos. Una postal auténtica de la moda del momento: “melenudos”, como se llamaría entonces a los de pelo largo, con pantalones de campana y camisas de flores con grandes cuellos. Hoy los vemos un pelín horteras, pero, entonces, eran de lo más moderno”.
( http://www.rtve.es/tve/50_aniv ersario/20060507_blog50anyos.h t)
Pero D. Paulino no veía que este fuera un momento oportuno para lanzarnos a tal aventura. Sobre todo nos ponía pegas por no tener suficiente trayectoria y no haber ensayado aún a fondo. O sea que más que ilusionarnos con fantasías y tener demasiados pájaros en la cabeza, teníamos que proponernos trabajo duro y serio. Lo de la TV habría que dejarlo para más adelante.
jueves, 16 de marzo de 2017
Veladas de luz y entusiasmo
Este viernes, venía cargado de
expectativas e intrigas. Al día siguiente, sábado, estaba programada una de las
muchas veladas que se organizaron en Calatrava, en los años en los que yo
estuve interno. Realmente disfrutábamos de estos eventos festivos que nos
trasladaba a un espacio mágico, cargado de efectos luminosos y acústicos
especiales, y aderezados con elocuente creatividad.
Sobre todo, constituían un aliciente
de extraordinario interés para aquellos que llevábamos en nuestras venas la
llamada de artista o el hormigueo creativo de las musas. Algunos, entre los que
me encontraba, aprovechábamos estas circunstancias, para escribir un sainete,
algún teatrillos, un sket, o cierta historia con tintes de divertimento, que
pudiera ser representada. También nos investíamos de insignes rapsodas para
recitar sobre el escenario, acompañados de los arpegios de una guitarra o bajo
la armonía de las notas de un piano, algún poema propio o de poetas más o menos
conocidos, elegido para la ocasión. Han pasado muchos años y todavía resuenan
en mis oídos algunos poemas que tuvieron sus momentos de gloria:
"Tu conoces al Piyayo?
Un hombrecillo reseco, chicuelo,
La mirada de gallo pendenciero,
Un hocico de raposo tiñoso,
Que pide limosnas por tangos
Y mastica cantando fandangos gangosos..."
"A veinte leguas de Pinto,
y treinta de Marmolejo
existió un castillo viejo
que construyó Chindasvinto..." (...)
Estas veladas ofrecían también la
oportunidad de exhibirnos cantando o bailando. Bien fuera haciendo gala de las
habilidades personales, mostrando dotes de cantautor o intérprete; o en otras
ocasiones, participando con otros en exhibiciones grupales.
En mi caso, la mayoría de las veces,
pretendía participar en todas las modalidades posibles. Por eso, en mi diario
de este día, queda escrito este testimonio: “En líneas generales esta tarde ha
sido de mucho trabajo. He ido de ensayo en ensayo para la velada de mañana.
Tengo la garganta muy irritada. Supongo que mañana seguirá el jaleo.
miércoles, 15 de marzo de 2017
Inicios de un grupo musical. Música, música... y melodía de sueños
Con qué facilidad cambia el sentido de las cosas cuando la
ilusión pasajera se desvanece ante el choque con la realidad de los hechos.
Correteo por los pasillo del internado, con la tensión propia de quién se va a
encontrar, en horas próxima, con jovencitas que le provocan excitación
desenfrenada. Experimento el paso de las horas, como el acercamiento de una
tortuga que se me va aproximando en un letargo desesperante. En el comedor
engullo, más que como, el alimento que las monjas han cocinado en sus
gigantescas ollas. Mis manos tropiezan con la jarra de agua y derraman sobre la
mesa su contenido. Hay reprimenda por parte del superior de turno que vigila el
orden y la disciplina del ágape. Me precipito con el postre y a la primera
insinuación de que podemos salir, abandono disimuladamente, pero casi a la
carrera, el refectorio donde hemos compartido el momento de la comida.
Y es que durante toda la mañana de ese 12 de mayo estuve con
mi mente ensimismada en el ensayo del grupo de música (Campo Charro, que después
sería Tronco Seco) que íbamos a tener tras de la comida. Lo extraordinario de
ese ensayo es que habían prometido su asistencia varias chicas, que comenzaban
a vincularse a nuestra órbita. Sobre todo mis nervios eran producidos por la
posibilidad de la presencia de Vicen, acaparadora de mis sueños por esas fechas,
en las que me derretía por la presencia de sus modales afrancesados.
“Pero todo resultó frustrante, pues al final, no
vino nadie. Ni de la “Residencia”: Cruci, Pepi e Isabel; ni Juani ni Vicen”,
escupe la hoja, frustrada también, de mi diario.
viernes, 10 de marzo de 2017
De cabeza, dolores de cabeza
Visto a tan larga distancia (han pasado tantos años...) el dolor de cabeza de aquel día ha pasado a la historia. Parece tan banal que un diario refleje un dolor de cabeza como el acontecimiento de ese día que me siento predispuesto a pasarlo sin prestarle ninguna atención. Cualquier otro acontecimiento, aunque fuera relacionado con pensamientos o modos de ver la vida, sueños o proyectos ilusorios, dejaron mayor huella que un dolor de cabeza, a pesar de que este hecho, por su consistencia física, es una realidad más tangible que ideas y fantasías.
De hecho, ¿puedo afirmar que existió ese dolor de cabeza?. O en realidad se trataba de un escudo protector o una proyección de otras dificultades o dolores morales que me atenazaban en aquel tiempo. Con el paso de los años he podido comprobar que gran parte de las dolencias físicas vienen causadas por disfunciones de otro tipo. Hay tantas situaciones que nos afectan de modo global en nuestra existencia y que nos provocan dolencias en el organismo... El stress, los hábitos malsanos, el desasosiego, las dificultades económicas, los problemas con los hijos, los problemas con los compañeros de trabajo, la falta de trabajo, la soledad, el fracaso con la pareja, la tensión de una entrevista, la falta de iniciativa, la autoestima baja, los ruidos ambientales, la falta de amor, el desamor como herida profunda, la tendencia a tener aversión a los otros, los lunes...La lista sería interminable. Y termino con la sensación de que, lejos de considerar lo del dolor de cabeza como un acontecimiento banal, habría que considerarlo como lo más relevante de nuestra existencia. Existir, en cierto modo, es un gran dolor de cabeza.
jueves, 9 de marzo de 2017
Aprendiz de cabrero
Contaría con unos 8 ó 9 años cuando participé en una
experiencia de cuidador de cabras. En concreto como ayudante del cabrero.
Tenía mi familia un par de cabras, y una cabritilla pequeña
a la que familiarmente denominábamos “la chivita”. Durante el día, las cabras
de mi pueblo eran cuidadas por el cabrero comunal, que recogía, todas las de la
villa, de un corralillo, en el que cada vecino dejaba las suyas, en las
primeras horas de la mañana.
A mis hermanos y a mí nos correspondió, durante gran parte
de nuestra infancia, madrugar a aquellas horas, no precisamente recomendables
para edades tan tiernas (necesitadas del descanso prolongado), para llevar
nuestras cabras al corral comunitario.
Cuando nuestra “chivita” era pequeña, no participaba con las
demás cabras en la salida hacia los pastizales, reservados a tal efecto por las
autoridades del municipio. Permanecía en los anexos de la casa, correteando
libre por el aprisco y esperando el regreso de la madre cabra. Pero llegado el
momento de dar el salto al rebaño adulto, debía superar un intervalo de
adaptación. Una situación similar al proceso de adaptación de nuestros hijos a
la escuela, en el primer año de Primaria.
Durante ese periodo, que duraba en torno a quince días, tuve
que acompañar al cabrero en la tarea de integración de la pequeña cabritilla. Y
allí anduve, andarín por pastizales y trotacaminos por vericuetos desconocidos
del pueblo. Permanecía alerta a las andanzas de nuestra “chivita”, haciendo
cuanto fuera necesario para que no se extraviara, para que no abandonara el
rebaño. Y si alguna vez, cualquier despiste, permitía que la pequeña cabra se
rezagara de las demás o escapara en trote confuso en su pretensión de libertad,
yo iba tras ella, la buscaba entre los matojos, zarzas y escobas, y la hacía
retornar al centro del rebaño.
No son muchos los recuerdos que perviven en mi memoria de
aquella aventura de aprendiz de cabrero. Aun así, se me representa, en una
actualidad virtualizada, una escena del momento de la siesta. Dormíamos el
cabrero y yo bajo el puente conocido en mi pueblo como “Puente de Siete Ojos”,
tras de habernos liquidado una copiosa merienda. El cabrero, no sé si por el
cansancio o por el vino, se zambullía en un sueño, tan profundo y duradero, que
se me antojaba eterno. Yo despertaba y permanecía tumbado, en silencio, horas y
horas, esperando que despertara. Como tardaba tanto en dar señales de vida, me
apoderaba un temor impreciso, pero de profundo desasosiego, ante la posibilidad
de que el cabrero hubiera muerto. Sólo los estertores de ronquidos y algún
espasmo, me devolvían a la certeza de que todo seguía bajo la normalidad
reinante, en la naturaleza sosegada de aquellos parajes.
miércoles, 8 de marzo de 2017
Como zíngaros del espectáculo
Nos dirigimos hacia el pueblo de Aldeatejada, a unos 3 Km de
Salamanca. Hemos quedado con el párroco de la localidad en una de las calles
adyacentes al internado. Cargados con los instrumentos musicales que consideramos
imprescindibles para amenizar una misa de pueblo, nos encaminamos al lugar de
la cita con la caras soñolientas y los signos resacosos de quienes el sábado
han trasnochado. Formamos una cuadrilla de titiriteros explorando las calles
semidesiertas, con sus bártulos a la espalda, en una reluciente mañana de
domingo. De cuando en cuando, nos detenemos para asegurar algún acorde de
guitarra que en el ensayo del día anterior han quedado impreciso. Algunos
componentes del grupo aprovechábamos estos incisos en el camino, para armonizar
y aclarar nuestras voces con canciones de nuestro repertorio. Varios vecinos se
asoman a la ventana convencidos de que se trata de una tropa de cíngaros que
realizan la ancestral actuación callejera con la exhibición del equilibrismo de
una cabra.
El cura nos espera con su funcional SEAT 850 en el que
apuradamente introducimos los instrumentos y nos sentamos apretujados para
realizar el corto viaje que nos traslada desde Salamanca hasta la entrada del
templo de Aldeatejada.
En el pueblo, Macu se ajusta el corpiño con la agitación que
le produce la novedad de ese día festivo. Se atavía con las galas propias de
las festividades significativas, solemnidades que en los pueblos castellanos
tienen destacado arraigo desde tiempos inmemoriales. Con movimientos sutiles y
precisos se aplica un ligero maquillaje resaltando, con un retoque de rímel,
sus ojos rasgados. Se calza sus zapatos de mediano tacón y se dirige decidida
hacia la plazoleta donde se ubica la iglesia. Otras jovencitas esperan en el
lugar señalado, formando un corro y regocijadas en animada charla. La llegada
de Macu origina un momento de exaltación y algarabía. Todas manifiestan la
extraordinaria impresión que le ha causado el atractivo atuendo con la que se
ha engalanado.
Llega el vehículo del párroco. Expectantes, el grupo de
jovencitas dirigen sus miradas escrutadoras sobre los chicos que descienden de
él. Pasan una rápida revista y Macu expresa con un mohín de desilusión que los
mancebos llegados no satisfacen sus expectativas. Otras sin embargo,
consideran, que sin ser nada especiales, los forasteros reúnen el atractivo de
lo desconocido. Y puestos a comparar con los pares del pueblo, tienen el
beneficio de lo que resulta apetecible por extraño o inusual. Además se nota en
sus movimientos y poses que van para artistas. Y es que en lo tocante a la
libido, lo desconocido remarca más que cualquier otro objeto del deseo, si éste
es familiar, demasiado vecino o se confronta habitualmente en los trajines de
lo cotidiano.
A los que bajamos del bólido del cura, el encuentro nos
produce una gran satisfacción. Nos sentimos adulados por aquellas miradas
indagadoras que provienen de las chicas. Admiramos con deleite el florido
colorido de las zagalas iluminadas con atractivas vestimentas. Algunos,
enamoradizos de primer vuelo, quedamos seducidos por el cuerpo esplendoroso o
una mirada furtiva que nos hace vibrar como una sacudida gozosa.
Significó el principio de tantos y tantos encuentros y
desencuentros... Fue el primer hito de una historia que se prolongaría durante
años y años. Años de ilusiones, momentos irrepetibles que forjaron amistades,
amores, idilios, sinsabores... El azúcar y la sal, el sabor agridulce, la
frescura del deleite y el amargor de tragos no deseados. Entrañó la
cristalización, localizada en un espacio y un tiempo, de los vaivenes,
sentimientos turbulentos y antagónicos de una adolescencia y juventud que se
disparaba anhelante e inconformista. Tromba de energía que se dieron cita en
torno a un proyecto, un grupo musical que atrajo en su entorno a una variada
gama de jóvenes que se adherían al espectáculo y que se vinculaban con lazos de
amistad y afectos entrañables.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
(Continuación) La aventura del viaje a Normandía.
En realidad, todo este viaje estuvo envuelto en situaciones paradójicas y alucinantes. Nada más llegar a la ciudad de Cannes, en el hotel ...
-
Me estrenaba esos días como responsable de economía del Club de Excursionista Calatrava (CEC) y en este sábado primaveral, parece ser, ...
-
Cualquier detalle de aquella #época remota me evoca sentimientos o recuerdos de profundo calado. La referencia en mi diario #juvenil, de un ...
-
Mi vida ha estado siempre profundamente ligada a las pelotas. Es probable que desde los primeros soplos vitales me sobreviniera un apreci...